viernes, 5 de agosto de 2011

El Señor de la Expiración, una tradición para compartir.

 
La fiesta mas importante de nuestro Municipio es la del Señor de la Expiración, que esta representado en un Cristo crucificado que a diferencia de los demás, este posee aún un halo de vida, un último suspiro. Las fiestas se celebran el segundo domingo del mes de agosto.
 
Existen en el noreste del país tres imágenes de Cristo que tienen sus orígenes en fechas muy parecidas; uno de ellos está en Saltillo, Coahuila; el otro en Bustamante, Nuevo León; y el tercero en Guadalupe, Nuevo León (en nuestra parroquia). De los dos primeros hay documentos históricos que refieren su origen, en cambio en el caso del Señor de la expiración es necesario acudir a la leyenda.

El hist
oriador de Nuevo León, Don Israel Cavazos Garza, quien nació y ha vivido toda su vida muy cerca de la parroquia, se ha dado a la tarea de estudiar y recabar información de muchos temas de la historia del estado y del país, y tiene un cariño muy especial por propagar la devoción al Señor de la Expiración, con datos de familiares transmitidos de generación en generación y con investigaciones minuciosas es que ha logrado darnos a conocer más sobre esta bella imagen de Cristo, y lo ha plasmado en su libro “El Señor de la Expiración del Pueblo de Guadalupe” publicado en 1973. A continuación presentamos un resumen.
LA LEYENDA

… Sucedió en una mañana, cuando se percibían apenas las primeras luces del alba. Los indios despertaron sobresaltados y corrieron presurosos a la Capilla, porque oyeron el tañer de la campana. Y su sobresalto fue mayor aun, al darse cuenta de que no era el indio Sacristán quien la sonaba, sino un asno que movía el cuello y jalaba la cuerda con el hocico.

Pesada carga traía en sus lomos la bestia. –algún mercader la habrá extraviado- se dijeron, pero en vano buscaron en el camino; ni siquiera huella reciente encontraron de alguna recua en el sendero.

Aunque con el temor consiguiente, libraron de tal peso al borrico; y cuando pusieron en el suelo el lago cajón de toscas y mal enclavadas tablas, notaron que su contenido era una imagen del Señor crucificado y en tamaño natural. Postrándose de hinojos ante la visita tan providencial; lloraban unos, conmovidos por la expresión del rostro del Señor; otros se santiguaban con ademán de asombro y regocijo.

Introdujeron al Cristo en la Capilla, sustituyendo con él la gran cruz de madera que destacaba en el fondo, y que había sido venerada hasta entonces como titular de la hacienda primitiva.

Tan desbordante fue el júbilo, que nadie supo más del cansado jumento que habían dejado junto a la puerta. Los buscaron mucho por entre los matorrales y sembradíos; todo fue inútil, no lo encontraron; sin embargo se cuenta que lo encontraron muerto de cansancio cerca de la puerta norte de la Capilla y que ahí mismo le dieron sepultura.

Desde entonces se venera esta imagen en lo que ahora es la Parroquia y Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. El historiador Dr. José Eleuterio González (Gonzalitos) expresa lo siguiente: “Yo me acuerdo haber visto en el libro de Bautismos del pueblo de Guadalupe un papel suelto firmado por Fray Juan Antonio Manuel del Alamo, en que decía: cuando el Padre Margil pasó por este pueblo, tocó el Santísimo Cristo de la Expiración que aquí se venera”. El Padre Margil, a quien aludía al Padre Alamo fue el célebre misionero Fray Antonio Margil de Jesús, que en la Cuaresma de 1714 vino al Nuevo Reino de León y estuvo en varias misiones, visitando entre ellas a Guadalupe durante los primeros meses de 1715. Para este entonces la imagen ya estaba en la Capilla que ahora es el Santuario del Señor de la Expiración.

Con lo anterior podemos ver que la imagen ya se encontraba en esas fechas en que Guadalupe fuera fundado en 1716; esa es la razón por la cual el escudo del Municipio hace alusión al Señor de la Expiración llevando su corona en uno de los cuarteles y adornado con dos estrellas que simbolizan a la Virgen de Guadalupe, es decir poniéndose bajo el amparo de los dos Patronos de nuestra comunidad y de nuestra ciudad.

DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN

Es una imagen de vara y media (es decir de un metro treinta y tres centímetros); la cruz mide dos metros dieciséis centímetros.

Las contoneras de la cruz, son de plata. La del extremo posterior tiene repujado el INRI. La corona del Cristo es también de plata bellamente trabajada y con sus tres “potencias” en forma de hoja. Se ha examinado detenidamente las contoneras y la corona y no se ha encontrado firma del orfebre, ni fecha, ni el peso de las piezas, y todo esto solía inscribirse en las obras de plata.

Probablemente se trate de una escultura de las llamadas “de caña”, procedimiento indígena mas usado en el siglo XVI consistente en realizar estas imágenes con pasta de maíz y con “alma” de cañas de la misma planta.

Anatómicamente es perfecta. La cabeza inclinada hacia la derecha. Los ojos vueltos hacia el cielo, implorando misericordia para el mortal, son impresionantes; los vela una tela grisásea que denota el instante de la muerte.

La naríz es afilada. El entrecejo ligeramente fruncido, en rictus de dolor. Pelo, bigote y barba negros, ésta última partida en dos, solo en su extremo.

La expresión del semblante refleja con propiedad la agonía o la expiración, e irradia una ternura infinita; es una expresión de amor y perdón.

Pestañas, uñas y dientes, parecen ser naturales. Los brazos tensos, con las manos semiabiertas, que los clavos no permiten cerrar.

Las proporciones del dorso son admirables. Las costillas se adivinan, dijérase que se palpan. El vientre contraído por la crucifixión. La llaga del costado no se ve exageradamente marcada y deja estilar un hilo de púrpura.

Los pies son perfectos, uno sobre el otro, inútilmente intentando librarse del garfio que los sujeta.

El Cristo no es blanco, tiene la tez morena, como la de los indios que fundaron el pueblo. Un raro barniz inopacable, le da un brillo de sudor o fatiga. Explican los que saben que la pintura y aun la misma pasta de este tipo de imágenes solían ser preparados a base de algún agregado venenoso; a ello obedece que ni la cruz ni la imagen presenten apolillamiento alguno, no obstante el decurso de los siglo